Salarrué: autoretrato. |
Salvador Salazar Arrué 14/07/11
El conocimiento de las vidas y obras de los grandes seres humanos; de aquéllos que han sobresalido por sus conocimientos, valores espirituales y morales, actitudes ante la vida y cuanto contribuya a hacer de este planeta un lugar más lleno de amor, comprensión, solidaridad, justicia y cuanto agrada al Creador, es para todos nosotros un elemento fundamental para mejorar la calidad de nuestras vidas y la de las próximas generaciones.
Uno de estos seres de luz: Salvador Salazar Arrué, SALARRUÉ, es el motivo del artículo de este día.
“No me preocupa que mi obra sea reconocida universalmente. Me interesa que la conozcan mis paisanos”. (Salarrué) Salvador Salazar Arrué, también conocido por el seudónimo "Salarrué", es un escritor y pintor salvadoreño. Nació en Sonsonate el 22 de octubre de 1899 y murió en Los Planes de Renderos (San Salvador) el 27 de noviembre de 1975. Estudió en la Corcoran School of Arts de Washington D.C. entre 1916 y 1919, fecha en que regresó a El Salvador. |
Salarrué con su hija Aída (adulta) y sus nietas Maya y Selva. |
Alberto Masferrer |
En ese periódico comenzó a publicar una de sus obras más queridas e importantes en El Salvador: Cuentos de cipotes, como "relleno" para las páginas en las que quedaban espacios en blanco; sólo se publicarían en forma de libro más de treinta años después, en 1961, a instancias del poeta, historiador y editor Italo López Vallecillos.
En opinión del escritor Manlio Argueta, el libro "muestra la riqueza del lenguaje vernáculo salvadoreño".
De acuerdo a una crítica, el contenido de Cuentos de cipotes:
Ilustrado por Maya Salarrué. |
...es normalmente una anécdota, normalmente trivial y a veces humorística, que puede reflejar alguna preocupación del autor. El narrador es siempre un niño que mantiene una especie de monólogo consigo mismo, pues está convencido de que los adultos no tienen interés en lo que pueda contar y, por tanto, a la vez que usa modismos y resortes imaginativos propios de niño, no cuenta su historia según una estructura clara: hace digresiones contando cosas superfluas, hay redundancias innecesarias, a veces los finales son abruptos. A ese registro infantil oral propio de chico casi analfabeto, el autor le suma en ocasiones el de una persona culta, y funde las perspectivas del adulto que se hace niño y del niño que intenta comprender a los adultos.
Además, el propio escritor se refiere a la técnica utilizada en la obra:
“Hay la misma...de los dibujos animados.
Pero tanto aquí como allá sólo es dado aplicarla al productor que llegue a identificarse con el niño.
Para esto es absolutamente necesario ser lo suficientemente loco y tonto para obtener pase a esa tierra maravillosa donde la razón es moneda falsa y la seriedad es la cosa que nos pone feos”.
Las primeras ediciones de Cuentos de cipotes fueron ilustradas por su esposa Zélie Lardé, y las siguientes por su hija Maya. Asimismo, el Museo de la Palabra y la Imagen ha producido algunos cuentos en la forma de dibujos animados.
La Casa del Escritor-Museo Salarrué. Aquí vivió durante los úñltimos 13 años de su vida. |
Sonsonate-casa de Salarrué |
Las obras publicadas de Salarrué son:
El Cristo negro (novela, 1926), El señor de La Burbuja (novela, 1927), O'Yarkandal (cuento, 1929), Remontando el Uluán, Cuentos de barro (cuento, 1934), El libro desnudo (relato, 1936), Eso y más (cuento, 1940), Cuentos de cipotes (1943 en edición parcial, 1961 en edición completa), Trasmallo (cuento, 1954), La espada y otras narraciones (cuento, 1960), La sed de Sling Bader (novela, 1971), Catleya luna (novela, 1974) y Mundo nomasito (poesía, 1975). Las primeras ediciones de Cuentos de cipotes fueron ilustradas por su esposa, Zélie Lardé, y las siguientes por su hija Maya. Algunas ediciones de Cuentos de barro tienen ilustraciones hechas ad hoc por el pintor salvadoreño José Mejía Vides.
Dña Teresa Arrué, madre de Salarrué |
Fotografía de Salarrué con dedicatoria para su madre. |
Ricardo (Humano) Aguilar |
Yo no tuve la oportunidad de conocerlo personalmente, pero unos amigos míos que sí lo hicieron, me han expresado opiniones similares a las del Sr. Aguilar.
Poeta, pintor y escritor, ha sido considerado Salarrué el máximo exponente de la narrativa cuzcatleca, contándose como principales antecesores suyos a Francisco Herrera Velado, Arturo Ambrogi y José María Peralta Lagos.
Salarrué fue uno de los fundadores de la nueva corriente narrativa latinoamericana.
En sus "Cuentos de Barro" y "Cuentos de Cipotes", logra una plena identificación con el mundo campesino, nunca antes advertidas en los autores salvadoreños.
Carlos Henríquez Consalvi “Santiago” |
"No podemos hablar de un Salarrué solitario porque él no sería el mismo sin Zelié, quien lo acompañó toda su vida. De igual manera sus hijas fueron una gran fuente de inspiración para escribir y pintar", ha expresado Carlos Henríquez Consalvi, Director del Museo de la Palabra y la Imagen de El Salvador, una Institución sin finalidad lucrativa.
Es una iniciativa ciudadana dedicada a la investigación, rescate, preservación y difusión del patrimonio histórico y cultural salvadoreño.
Según Morena Rivera, en un artículo publicado el 06 de febrero de 2005 en la Revista Hablemos de El Diario de Hoy, ha sido Ricardo Aguilar, amigo personal de Salarrué, quien salvó su legado cultural, entregándolo al Museo de la Palabra y la Imagen de El Salvador (MUPI), en donde es conservado encontrándose a la disposición de quien desee verlo y estudiarlo.
http://www.elsalvador.com/hablemos/2005/060205/060205-3.htm
MUPI |
El legado de Salarrué está compuesto por 108 piezas, entre pinturas, bocetos, dibujos y esculturas. Otras 300 piezas son obras creadas por su esposa e hijas.
Su biblioteca personal cuenta con casi 2 mil títulos, entre libros y revistas en español e inglés. En esta predominan títulos de literatura salvadoreña, revistas de arte y filosofía, principalmente oriental.
El archivo personal consta de mil 700 documentos escritos, divididos en dos grandes conjuntos definidos por el tipo y temática de su contenido: correspondencia particular y producción literaria.
La correspondencia particular contiene mil 300 cartas enviadas y recibidas entre 1921 y 1975. Está compuesta por cuatro tipos de cartas: familiares, red social, oficial y sentimental. La correspondencia más numerosa la mantiene con su familia, principalmente en los años que fungió como agregado cultural de El Salvador en New York, entre 1946 y 1958.
Su producción literaria cuenta con 400 documentos que contienen artículos, ensayos, poemas, cuentos y novelas.
La mayoría son borradores de obras como O-yarkandal, Catleya Luna, La Sed de Sling Bader, Íngrimo, las inéditas The Range of Gold y El Hombre de las Nubes.
También, se encuentran manuscritos de Cuentos de cipotes, Trasmallo, Cuentos de barro y otros. Hay, además, poemarios como Ciclo, Mundo Nomasito y otros inéditos, publicados en otros medios.
Salarrué |
Algunas Pinturas de Salarrué
“La pintura de Salarrué abrió nuevas rutas y se anticipó veinte años al llamado ‘Sicodelismo’ que hizo furor en Europa y Estados Unidos” : Ricardo Lindo.
Vilano Rojo |
Campesino |
Monja Blanca |
Su obra pictórica fue expuesta en los Estados Unidos y en el país.
Además, se desempeñó en algunos cargos gubernamentales, como la Dirección General de Bellas Artes y la dirección de la Galería Nacional de Arte, convertida hoy en la Sala Nacional de Exposiciones, ubicada en el Parque Cuscatlan de San Salvador.
Cuentos de barro y cuentos de cipotes son los dos libros más famosos del escritor salvadoreño "Salarrué", en ambos se narran historias de gente campesina, gente pobre, gente humilde y sencilla que Salarrué supo plasmar magistralmente en sus obras.
En cuentos de cipotes utiliza una forma muy peculiar para iniciar y para terminar con el "Puesiesque" y el "seacabuche" que vendrian siendo como el clasico "había una vez..."" y vivieron felices para siempre."
Salarrué nunca se preocupó por eso de ser de izquierda o derecha. Jamás se involucró en política partidista.
Murió pobre porque, a pesar de que pudo ganar mucho dinero con su obra e incluso incursionar con éxito en muchos campos, incluyendo el cine, ya que era bien parecido, no fue su objetivo el lucro.
Se cuenta que, por tal motivo, su médico particular no le cobraba honorarios y que, cuando necesitaba dinero para costear los gastos de medicamentos, etc. recurría a vender alguno de sus cuadros. Sí deseaba la justicia y el bien para todos, siendo muy sensible ante las necesidades y el dolor humano.
Siendo yo un niño, leí por primera vez sus Cuentos de Cipotes y Cuentos de Barro.
En este último, encontré una narrativa del maestro que me conmovió (aún lo hace) hasta las lágrimas. A continuación lo comparto con cariño con todos ustedes:
Semos malos
Goyo Cuestas y su «cipote» hicieron un «arresto», y se «jueron» para Honduras con el fonógrafo. El viejo cargaba la caja en la bandolera; el muchacho, la bolsa de los discos y la trompa achaflanada, que tenía la forma de una gran campánula; flor de «lata» monstruosa que «perjumaba» con música.
-Dicen quen Honduras abunda la plata.
-Sí, tata, y por ái no conocen el fonógrafo, dicen...
-Apurá el paso, vos; ende que salimos de Metapán trés choya.
-¡Ah!, es que el cincho me viene jodiendo el lomo.
-Apechálo, no siás bruto.
«Apiaban» para sestear bajo los pinos chiflantes y odoríferos. Calentaban café con ocote. En el bosque de «zunzas», las «taltuzás» comían sentaditas, en un silencio nervioso. Iban llegando al Chamelecón salvaje. Por dos veces «bían» visto el rastro de la culebra «carretía», angostito como «fuella» de «pial». Al «sesteyo», mientras masticaban las tortillas y el queso de Santa Rosa, ponían un «fostró». Tres días estuvieron andando en lodo, atascado hasta la rodilla. El chico lloraba, el «tata» maldecía y se «reiba» sus ratos.
El cura de Santa Rosa había aconsejado a Goyo no dormir en las galeras, porque las pandillas de ladrones rondaban siempre en busca de «pasantes». Por eso, al crepúsculo, Goyo y su hijo se internaban en la montaña; limpiaban un puestecito al pie «diún palo» y pasaban allí la noche, oyendo cantar los «chiquirines», oyendo zumbar los zancudos «culuazul», enormes como arañas, y sin atreverse a resollar, temblando de frío y de miedo.
-¡Tata: brán tamagases?...
-Nóijo, yo ixaminé el tronco cuando anochecía y no tiene cuevas.
-Si juma, jume bajo el sombrero, tata. Si miran la brasa, nos hallan.
-Sí, hombre, tate tranquilo. Dormite.
-Es que currucado no me puedo dormir luego.
-Estírate, pué...
-No puedo, tata, mucho yelo...
-¡A la puerca, con vos! Cuchuyate contra yo, pué...
Y Goyo Cuestas, que nunca en su vida había hecho una caricia al hijo, lo recibía contra su pestífero pecho, duro como un «tapexco»; y rodeándolo con ambos brazos, lo calentaba hasta que se le dormía encima, mientras él, con la cara «añudada» de resignación, esperaba el día en la punta de cualquier gallo lejano. Los primeros «clareyos» los hallaban allí, medio congelados, adoloridos, amodorrados de cansancio; con las feas bocas abiertas y babosas, semiarremangados en la «manga» rota, sucia y rayada como una cebra.
Pero Honduras es honda en el Chamelecón. Honduras es honda en el silencio de su montaña bárbara y cruel; Honduras es honda en el misterio de sus terribles serpientes, jaguares, insectos, hombres... Hasta el Chamelecón no llega su ley; hasta allí no llega su justicia. En la región se deja -como en los tiempos primitivos- tener buen o mal corazón a los hombres y a las otras bestias; ser crueles o magnánimos, matar o salvar a libre albedrío. El derecho es claramente del más fuerte.
Los cuatro bandidos entraron por la palizada y se sentaron luego en la plazoleta del rancho, aquel rancho náufrago en el cañaveral cimarrón. Pusieron la caja en medio y probaron a conectar la bocina. La luna llena hacía saltar «chingastes» de plata sobre el artefacto. En la mediagua y de una viga, pendía un pedazo de venado «olisco».
-Te dijo ques fológrafo.
-¿Vos bis visto cómo lo tocan?
-iAjú!... En los bananales los ei visto...
-¡Yastuvo!...
La trompa trabó. El bandolero le dio cuerda, y después, abriendo la bolsa de los discos, los hizo salir a la luz de la luna como otras tantas lunas negras.
Los bandidos rieron, como niños de un planeta extraño. Tenían los «blanquiyos» manchados de algo que parecía lodo, y era sangre. En la barranca cercana, Goyo y su «cipote» huían a pedazos en los picos de los «zopes»; los armadillos habíanles ampliado las heridas. En una masa de arena, sangre, ropa y silencio, las ilusiones arrastradas desde tan lejos, quedaban abonadas tal vez para un sauce, tal vez para un pino...
Rayó la aguja, y la canción se lanzó en la brisa tibia como una cosa encantada. Los cocales pararon a lo lejos sus palmas y escucharon. El lucero grande parecía crecer y decrecer, como si colgado de un hilo lo remojaran subiéndolo y bajándolo en el agua tranquila de la noche.
Cantaba un hombre de fresca voz, una canción triste, con guitarra.
Tenía dejos llorones, hipos de amor y de grandeza. Gemían los bajos de la guitarra, suspirando un deseo; y desesperada, la «prima» lamentaba una injusticia.
Cuando paró el fonógrafo, los cuatro asesinos se miraron. Suspiraron...
Uno de ellos se echó a llorar en la «manga». El otro se mordió los labios. El más viejo miró al suelo «barrioso», donde su sombra le servía de asiento, y dijo después de pensarlo muy duro:
-Semos malos.
Y lloraron los ladrones de cosas y de vidas, como niños de un planeta extraño.
Cuentos de barro, 1933.
-Estírate, pué...
-No puedo, tata, mucho yelo...
-¡A la puerca, con vos! Cuchuyate contra yo, pué...
Y Goyo Cuestas, que nunca en su vida había hecho una caricia al hijo, lo recibía contra su pestífero pecho, duro como un «tapexco»; y rodeándolo con ambos brazos, lo calentaba hasta que se le dormía encima, mientras él, con la cara «añudada» de resignación, esperaba el día en la punta de cualquier gallo lejano. Los primeros «clareyos» los hallaban allí, medio congelados, adoloridos, amodorrados de cansancio; con las feas bocas abiertas y babosas, semiarremangados en la «manga» rota, sucia y rayada como una cebra.
Pero Honduras es honda en el Chamelecón. Honduras es honda en el silencio de su montaña bárbara y cruel; Honduras es honda en el misterio de sus terribles serpientes, jaguares, insectos, hombres... Hasta el Chamelecón no llega su ley; hasta allí no llega su justicia. En la región se deja -como en los tiempos primitivos- tener buen o mal corazón a los hombres y a las otras bestias; ser crueles o magnánimos, matar o salvar a libre albedrío. El derecho es claramente del más fuerte.
Los cuatro bandidos entraron por la palizada y se sentaron luego en la plazoleta del rancho, aquel rancho náufrago en el cañaveral cimarrón. Pusieron la caja en medio y probaron a conectar la bocina. La luna llena hacía saltar «chingastes» de plata sobre el artefacto. En la mediagua y de una viga, pendía un pedazo de venado «olisco».
-Te dijo ques fológrafo.
-¿Vos bis visto cómo lo tocan?
-iAjú!... En los bananales los ei visto...
-¡Yastuvo!...
La trompa trabó. El bandolero le dio cuerda, y después, abriendo la bolsa de los discos, los hizo salir a la luz de la luna como otras tantas lunas negras.
Los bandidos rieron, como niños de un planeta extraño. Tenían los «blanquiyos» manchados de algo que parecía lodo, y era sangre. En la barranca cercana, Goyo y su «cipote» huían a pedazos en los picos de los «zopes»; los armadillos habíanles ampliado las heridas. En una masa de arena, sangre, ropa y silencio, las ilusiones arrastradas desde tan lejos, quedaban abonadas tal vez para un sauce, tal vez para un pino...
Rayó la aguja, y la canción se lanzó en la brisa tibia como una cosa encantada. Los cocales pararon a lo lejos sus palmas y escucharon. El lucero grande parecía crecer y decrecer, como si colgado de un hilo lo remojaran subiéndolo y bajándolo en el agua tranquila de la noche.
Cantaba un hombre de fresca voz, una canción triste, con guitarra.
Tenía dejos llorones, hipos de amor y de grandeza. Gemían los bajos de la guitarra, suspirando un deseo; y desesperada, la «prima» lamentaba una injusticia.
Cuando paró el fonógrafo, los cuatro asesinos se miraron. Suspiraron...
Uno de ellos se echó a llorar en la «manga». El otro se mordió los labios. El más viejo miró al suelo «barrioso», donde su sombra le servía de asiento, y dijo después de pensarlo muy duro:
-Semos malos.
Y lloraron los ladrones de cosas y de vidas, como niños de un planeta extraño.
Cuentos de barro, 1933.
Muchas gracias por su visita y por leernos.
Un afectuoso abrazo.
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